domingo, 18 de agosto de 2019

Era una noche oscura y solitaria, no pasaba nadie por la calle, me encontraba delante de mi portal con las llaves en la mano, mi abuela siempre me dijo que es mejor llevarlas en la mano y no esperar a buscarlas estando sola, de noche, delante del portal, y siempre le hice caso.

Abrí el portal y me aseguré de cerrar bien, me di la vuelta y le vi. Estaba sentado en la escalera, en la oscuridad, esperándome. Me sonrió, sus ojos me dieron miedo, esa mirada era realmente aterradora en la oscuridad. Me quedé helada, no podía moverme.

Se levantó y avanzó hacia mí, me agarró por los brazos y me empujó contra la pared. Mis ojos se humedecieron, pero mi cuerpo seguía rígido, entumecido por el miedo. ¿Por qué a mí? Era lo único que pasaba por mi mente.

Se acercó a mi oído y susurró.

- No tengas miedo, no voy a hacerte daño.

Acarició mi mejilla secando la lágrima que iba en descenso, le miré suplicante, él me sonrió y volvió a susurrar.

- Hace tiempo que te observo, eres perfecta y tienes que ser mía.

Abrí la boca, quería gritar pero no podía. Bajó los tirantes de mi camiseta acariciando mis brazos, mi cuerpo bloqueado no oponía resistencia alguna, por lo que en segundos mis pechos quedaron al descubierto, a su merced.

Primero los acarició suavemente para luego acercar la boca y comenzar a lamer y succionar.
Aquello no era normal, no había golpes, no había gritos, todo parecía natural, a excepción de mis lágrimas y de la rigidez de mi cuerpo.

Le miré, él me devolvió la mirada mientras succionaba mi pecho derecho y entonces descubrí ese brillo en su mirada, ese brillo que reconocía y dejé de sentir miedo. Mi voz apareció de la nada.

- Eres tú.

Levantó la cabeza, me miró a los ojos, sujetó mi cara entre sus manos y sonrío.

- ¿Y quién creías que iba a ser?

La rigidez se esfumó y le abracé. No lo podía creer, ¿Por qué cedía? ¿Por qué no le temía? Puede que el hecho de reconocerle, de haber soñado tantas veces con él, o la suavidad con la que lo estaba haciendo le quitase importancia al susto inicial.

Él había sido mi amor platónico, un amor que creía inalcanzable y es cierto que no eran las mejores formas, pero me sentía bien, él me deseaba y yo no podía negarle nada.

Le besé, cogí su mano y tiré de él en dirección al ascensor, si aquello iba a suceder no podía permitir que fuese en un frío portal. Entramos y pulsé el botón, un vez arriba abrí la puerta y le empujé al interior. Ni siquiera encendí las luces, me abalancé sobre él y caímos sobre el sofá. Nos besamos y empecé a desnudarle, le quité la camiseta y subí sus brazos por encima de su cabeza.

- No los bajes, estás castigado por el susto que me has dado.

Fue obediente y se quedó con los brazos en alto mirándome expectante mientras le desabrochaba los vaqueros. Se los bajé de un tirón, subí mi falda y me puse encima de él. Sonrió, se mordió un labio y yo le sonreí con malicia a la vez que pasaba mi lengua por mis dientes, provocándole.

- ¿Puedo tocarte ya?

Accedí, cogí sus manos y las coloqué sobre mis pechos. Empecé a moverme suavemente, le tenía bajo mi embrujo, podría hacer lo que quisiera con él.

Empecé a moverme más deprisa, quería volverle loco y su cara me decía que lo estaba consiguiendo. De pronto sus ojos se pusieron en blanco y soltó un gruñido, explotamos a la vez y me dejé caer sobre él.
Permanecimos así, sin movernos, abrazados y en silencio hasta que me levanté.

- Dame un momento.

Fui a la cocina, cogí el cuchillo más grande que tengo y volví al sofá con el cuchillo oculto en mi espalda.

- ¡Qué rápida! - me dijo.

Le sonreí y sin más saqué el cuchillo y empecé a darle puñaladas, una detrás de otra. No le dio tiempo a reaccionar, no se lo esperaba después de haberlo pasado tan bien. Pero no todo es lo que parece, y si bien el polvo lo disfruté, el susto del portal seguía ahí y merecía venganza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario