viernes, 23 de agosto de 2019

Reflexionando entre letras

Escribir es una de las cosas que más difíciles me resultan. No el hecho de escribir palabras en sí, más bien el hecho de unir esas palabras creando historias, historias que tengan sentido, historias que enganchen, que enamoren, que te hagan sentir.

Por eso aquel día que me vino la inspiración no lo dudé y cogí el bolígrafo y la libreta y empecé a escribir, ¿quién sabe si tendría sentido lo que allí se creara? La inspiración es muy traicionera y de la misma forma que llega sin avisar también se va, y si dudas un solo momento se aleja de ti y a saber cuando regresa.

La historia se escribió sola. Esos momentos en que el bolígrafo no deja de escribir o no puedes dejar de aporrear el teclado porque las palabras fluyen por sí mismas sin necesidad de tener que pensarlas siquiera, ese momento de correr para que no se me olvide nada, que no se me vaya la inspiración y me quede a la mitad de un relato perfecto que ya nunca tendrá fin. Esos momentos son maravillosos y suelen saborearse después, cuando dejas el bolígrafo a un lado y miras satisfecha lo que ha salido de tu mente, aún sin saber siquiera si tiene el más mínimo sentido hasta que puedas leerlo y empezar a corregir o cambiar cosas. Pero ese relato ya es tuyo, es tu creación y el subidón que da algo así es tremendo. No me quiero imaginar lo que supondrá escribir un libro entero con una historia bien narrada y que atrape al lector. Nunca dejaría de intentarlo, nunca se sabe si la inspiración podría venir para quedarse conmigo.

A veces es inexplicable, escribes cosas que jamás pensaste que tenían cabida en tu cabeza.¿Qué hago yo escribiendo un relato de terror si el terror no me gusta? Según viene lo escribes y muchas veces te sorprendes riendo o incluso llorando mientras escribes y derramando alguna que otra lágrima sobre el papel. También están los momentos de frustración, esos en los que te apetece lanzar el bolígrafo y la libreta por la ventana y no volver a verlos más porque no te sale esa palabra, o ese enlace con el que seguir avanzando, pero lo superas y sigues y la frustración da paso a la perseverancia y al orgullo de continuar creyendo en ti misma.

Lo más difícil es enseñarlo, dárselo a alguien para que lo lea y jamás el tiempo se hace más eterno que en ese momento en el que estás en tensión mientras esa persona lo lee, y darías lo que fuese por poder meterte en su mente y ver lo que piensa según va leyendo palabra a palabra, sobre todo cuando ni siquiera tú misma estás segura del todo de que te guste lo que acabas de escribir.

Puede parecer solitario, pero en realidad nunca estoy sola, los personajes que creo me acompañan a cada paso que doy y si en vez de relato o historia es una reflexión como ésta, pues ¿qué mejor compañía que la de una misma cuando necesitas centrarte y enfocarte en lo que estás haciendo? Sin distracciones, ni tentaciones de levantar la vista de la pantalla del ordenador, centrándote únicamente en la música que suena y la historia que creas.

Y sin más te das cuenta de lo feliz que te hace ese momento, de cuanto disfrutas escribiendo aunque a veces resulte difícil, pero cuando algo te apasiona, ¿donde está la pega? No la tiene, porque si una historia no sale, otra vendrá a sorprenderte y así siempre. Es un toma y daca entre la inspiración y tú, una carrera de fondo en la que vamos a la par y cuando una se para, la otra irremediablemente lo hace también, para luego volver a avanzar con más fuerza que antes, siempre unidas y sin rendirse jamás.

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